jueves, 6 de septiembre de 2007

Mi viaje a Fatima

Mi relación con personas minusválidas comenzó una mañana de verano de 1963.
Estaba con unos amigos en el Retiro cuando se acerco a mí un chaval joven y me pregunto si conocía a más personas como yo.
Le respondí que no y entones me dijo que me había estado mirando y que de la forma en que me comportaba se deducía eso.
Me hablo de que había muchas personas en mi situación pero que necesitaban ayuda, que se necesitaba gente que las echara una mano y que les animara a tener una mejor vida, que se había fijado en mi y creía que yo no tenía ni complejos ni nada por el estilo y que si aceptaba dar un poco de mi tiempo ayudaría a mucha gente.
Me gusto el asunto y le pregunte que donde podía ver aquello o con quien debía hablar para que me informara más extensamente del tema. Pues bien era él, el que me podía informar, me conto que había una asociación Internacional que bajo una perspectiva católica se dedicaba a el tema de tratar de integrar a esta gente en la sociedad.
Yo no me sentía católico, y de hecho no lo soy, pero si me apetecía echar una mano a personas desarraigadas de la sociedad. Sobre todo la causa eran problemas de minusvalías
Pues sin más prolegómenos, fui un día al local donde se reunían, sito en una calle bastante céntrica de Madrid, me presentaron y comencé mi labor de intentar sacarlos del submundo donde se movían e integrarlos dentro de lo posible, en la normalidad, si se puede llamar normal una sociedad, que en aquellos tiempos nos discriminaba brutalmente impidiéndonos en algunos casos incluso la entrada a cines y teatros solo por ir en silla de ruedas o con bastones. Comencé en principio por intentar darlos una visión menos pacata de lo que es la vida social de unas personas jóvenes, muy condicionadas por la religión y sobre todo por su problema físico.
En principio todo fue bien, aunque la gente tenía miedo y era poco permeable a cambios de ningún tipo.
En aquellos momentos se estaba organizando a nivel internacional unos encuentros de diversas Asociaciones de Minusválidos para intercambiar opiniones sobre la situación de las personas con alguna deficiencia tanto física como psíquica en diversos países. Yo era uno de los que tenía muy claro cuál debía ser el papel del minusválido en la sociedad y después de ver aquello, cual era. Durante toda mi vida, no había conocido a nadie que tuviera cualquier tipo de minusvalía, con lo cual mi visión de ese mundo cuando llegue a conocerlo era de lo más catastrofista y deprimente. Sabía muy bien cuales debía ser nuestras reivindicaciones, y como sabían que no me callaba ni debajo del agua me eligieron para presentar la ponencia “Minusválidos y Sociedad”
Había varias ponencias interesantes, para mí la mejor Minusválidos en el Amor, en aquella época estaba terriblemente feo decir SEXO, que era lo que se debía haber llamado y otras cuantas más, que tratadas convenientemente, hubieran podido dar mucho de sí, pero que tal y con la perspectiva católica cerrada con que se trataban acababan siendo pacatas y restrictivas.
Como tenía que presentar la citada ponencia, poco a poco fui desarrollándola dentro de lo que pude, si hoy, 40 y tantos años después todavía no se ha logrado lo que la Sociedad debe ofrecer a una persona minusválida, imaginaros lo que esta le ofrecía en el año 1.963.
Lentamente y con muchas dificultades fui definiendo los temas y en algunos meses tenía todo preparado.
Así que con unos cuantos ayudantes voluntarios, casi todos de la Cruz Roja, más que nada para subirnos y bajarnos del tren, salimos en un viaje normal para Fátima, que es donde se celebraba el Congreso.
El viaje fue de lo más sencillito, salvo como siempre las inconveniencias inherentes a que las sillas que llevábamos para movernos por dentro de los vagones, que aunque mucho más pequeñas que las de andar por la calle, no había forma humana de meterlas en los servicios. Todavía en los viajes organizados o peregrinaciones, como todo el mundo es igual, no importaba demasiado, pero en un tren de línea, el ver a un tío en silla de ruedas meando en una botella o en alguna bolsa de goma, era como demasiado, así que para no dar más espectáculo del que estábamos dando, no era entonces normal ver un montón de minusválidos en viaje, decidimos aguantarnos hasta que no pudiéramos más.
De todos modos, lo peor lo llevaban las chicas, ellas sí que no tenían forma de disimular lo que querían hacer, algunos de nosotros los que podían –yo no me encontraba entre ellos- andar no tenían problemas, pero otros, los que íbamos en sillas, pues no teníamos más remedio que aguantarnos o dar el espectáculo. Unas cuantas horas después, llegamos por fin a un lugar en Portugal llamado Entroncamento, allí paramos y nos bajamos del tren. Como os podéis imaginar salimos como fieras y todos nos dirigimos a los servicios, mas oh pena negra, no había más que mingitorios de los de pared, y los pocos inodoros que había, estaban colocados en unos cubículos tan pequeños, que no es que ya no cupiera una silla de ruedas, ni tan siquiera hubiera entrado una persona medianamente gruesa.
Así que en vista de que en un minuto más o aliviábamos la vejiga o nos meabamos en los pantalones, me refiero a los chicos –las chicas tenían mejores servicios que nosotros- tomamos una decisión draconiana, nos fuimos poniendo frente a los mingitorios y cogiendas nuestras colillas y recordando cuando éramos pequeños y hacíamos concursos haber quien llegaba con la meada más lejos, pues hicimos lo mismo, solo aquí no era más lejos, todos estábamos a la misma distancia, aquí se trataba de ver quien acertaba a meter el chorrillo en su sitio.
Coño, entre que ya no teníamos practica en semejante deporte, entre que nos meabamos a chorros y entre el cachondeo, no ya el nuestro, que si que lo había, si no el de los viajeros del tren viendo allí a 15 o 20 tíos en silla de ruedas con la cola en la mano meando al unisonó, a ver quien acertaba, pues que quieres que te diga, aquello acabo como una inundación, y eso fue la primera remesa, a la segunda el “agüita amarilla” salía hasta la calle.
Y como siempre dejamos unas cuantas protestas, por si servía de algo y para ver si hacían alguna mejora, coño Entroncamento era el lugar donde se hacia el transbordo para Fátima, leche y jamás pensaban en las personas en sillas de ruedas, me imagino que después de la inundación, quizá lo replantearan, he estado después varias veces mas en Fátima, pero ya en coche, por lo cual no sé si aquello estaría mejor o continuaría en el mismo estado
Por fin llegamos a lugar donde se celebraba el Congreso, nos alojaron en un hotel recién inaugurado, tan reciente que cuando llegamos todavía lo estaban pintando en algunos lugares.
Este sí, tenia los servicios adaptados a las sillas de ruedas, bueno la adaptación era que el baño tenia la puerta lo suficientemente grande como para que entrara sin problemas y una vez en el interior, que pudieran girar, pero nada mas. Ni un asidero, ni una barra de sujeción, nada de nada.
Llegamos bastante cansados y casi sin cenar, por lo menos yo no tome nada, y nos fuimos a la cama.
A mi te toco compartir habitación con un chico que necesitaba ayuda, no mucha, pero vamos que me pusieron a mí con el por qué yo me manejaba bastante bien y le podía echar una mano en lo poco que necesitaba.
Estábamos ya en la cama y medio adormilados, cuando llamaron
a la puerta, pensando que sería alguien de la expedición, dijimos que entraran sin tan siquiera intentar incorporarnos en la cama y joder, entro una tía, con el clásico uniforme de criada, incluyendo una cofia, con una falda que la llegaba a medio muslo y con unas tetas y un culo, que si la mirabas dos veces seguidas te entraban mareos.
Muy amablemente nos pregunto si necesitamos algo, dijimos que no, aunque pensábamos algo muy contrario y diciéndonos que si queríamos algo podíamos llamarla a la hora que quisiéramos, se fue, dos días después, la buena mujer entro a darnos una mano en algo que necesitábamos con urgencia, pero esto lo dejaremos para contarlo en alguna otra ocasión.
Desde luego aquella camarera, no tenía nada que ver con el resto del mundo femenino de Portugal, no debía ser nacional, el caso es que hablaba portugués sin que la notáramos ningún deje, no es que en España, en aquellos momentos reserva espiritual de occidente, las tías fueran como actrices de cine, pero vamos el panorama de las mujeres allí era como muy deprimente. Salías a la calle y veías un tío, elegante, guaperas, perfectamente vestido, muy repeinado el y como un paso detrás, como una sombra, una chica vestida de oscuro, mal apañada, fea, con bigote y cejijunta que era la mujer del figurín que iba delante.
Coño que extrañeza nos causaba todo aquello, además no se veía ni una sola mujer en los bares o terrazas, ni sola ni acompañada, las que se veían, eran extranjeras.

El primer día de ponencias, vimos que aquello era un cachondeo, se decían cosas, y se hacían ponencias que no tenían mucho que ver con lo que se debía tratar y en muchas ocasiones, si hacíamos caso a lo que decían, deberíamos dar gracias a dios por estar como estábamos, por supuesto casi todas se daban desde el catolicismo más restrictivo y montaraz.
La mía y las de algunos más estaba presentadas desde la perspectiva, si no ateas, si agnósticas y algunas otras, la mayoría desde una perspectiva católica pero más abierta, pues los sacerdotes que nos correspondían a nosotros eran Jesuitas.
Sin embargo los minusválidos que frecuentaban la Asociación, estaban muy influenciados por los curas de sus parroquias, retrógrados e inmovilistas tal como era la Iglesia en aquellos días.

Así que en vista del tema, nos repartimos las tareas, cada día nos quedábamos dos y los demás nos escabullíamos donde y como podíamos.
Pues nada echamos a suertes y me quede en el primer turno de trabajos. Por suerte la ponencia que debía presentar, se ponía en esos días, así que después de un par de días donde presente lo que llevaba preparado, debo decir que salvo tres cuatro países, Francia, Inglaterra, Alemania y otro más que ahora no recuerdo, que me aplaudieron, a los demás lo que dije les debió parecer tan ateo y liberal que acabaron mirándome como un bicho raro. Debo decir a favor de los sacerdotes de la asociación, que me dejaron hacer la ponencia bajo mi punto de vista, sin entrometerse demasiado en ella, ya he dicho que eran Jesuitas y bastante liberales. Una vez hecha la presentación me encontré libre por 8 días, el congreso duraba 10.
Así que nos juntamos 4 de los que éramos mas afines culturalmente de y pensamiento y ajustamos con un taxista el precio por llevarnos a Lisboa, una vez acabado el regateo nos fuimos para allá, el taxi era un Mercedes con más años que Matusalén y el taxista que era más o menos de la misma época pero bastante cachondo y encima le encantaba España y los españoles, quería irse a trabajar a Ayamonte.
El tráfico era caótico, en la carretera ya nos había pasado una cosa que nos dejo alucinados. Desde Entroncamento hasta el hotel, nos habían recogido dos autocares, de repente uno se estropeo, y leches, lo más normal es que nos hubieran enviado otro a recogernos, pues no, el otro se puso en paralelo con el nuestro en medio de la carretera y así cortando la circulación de la misma nos embutieron a los viajeros de los dos en uno, sin importarles demasiado los, la verdad es que pocos coches, que esperaban con santa paciencia que acabáramos nuestro trasvase, desde luego allí no apareció nadie con autoridad, ni nadie llamo a la policía de tráfico, si es que en aquellos años existía algo parecido a eso. De todos modos aquello era para haberlo visto, sillas de ruedas, muletas, bastones y tíos y tías cambiados en brazos de un lugar a otro.
Me refiero a este tema para que os imaginéis el viaje a Lisboa.
Lo que vimos de Lisboa no fue demasiado, a las primeras de cambio vimos que aquello era más que la circulación de una ciudad normal, era un circuito de competición.
Había unas calles muy estrechas donde no cabia mas que un coche, pero no había direcciones prohibidas ni nada que se le asemejara, el primero que ponía las ruedas en la calle era el que pasaba, el de la otra punta debía dar marcha atrás.
Y no solo por ese motivo, dos o tres y a veces 4 coches, salían disparados para ver quien llegaba antes a la entrada de la calle.
Bueno pues a las tres veces que vimos aquello, nos rendimos y le dijimos al taxista que diera media vuelta y que nos llevara de vuelta a Fátima. Si hubiéramos seguido así, se nos hubiera salido el corazón por la boca.
Quedamos en que como le habíamos pagado un dinerillo, la verdad es que en aquellos años, el escudo estaba bajísimo, aproximadamente un escudo eran unos 10 céntimos y la vida tampoco era cara, y además cobrábamos unas dietas de 50 pesetas diarias, en aquella época un paston, nos sentíamos unos potentados y la verdad es que así era.
Bueno pues al día siguiente quedamos con el gacho, nos fuimos a Estoril, otro viaje de muerte por aquellas carreteras estrechas, mal asfaltadas y con conductores enloquecidos que no respetaban ni los stop.
Al final nos hicimos amíguetes del taxista y nos lo llevamos con nosotros a todos lados, después de ver todo aquello, entramos en el casino para ver cómo era, y apostamos, más que nada en plan de cachondeo, unos escudos a la ruleta, dijimos que solo apostábamos una cantidad que ahora mismo no recuerdo, que si la perdíamos, pues allí se acabo.
Habíamos perdido más de la mitad de lo que teníamos cada uno y decidimos que nos marchábamos, así que juntamos los restos del dinero que habíamos estipulado para jugar e hicimos una apuesta conjunta.
Pensareis que es una fanfarronada, pero acertamos un pleno a la ruleta, coño cuando aquel crupier nos puso delante de los morros aquel puñado de fichas, nos quedamos bizcos. No recuerdo exactamente la cifra, pero rondaban los 3.000 escudos. Decidimos hacer partícipe al taxista en el reparto, cuando comenzamos a jugar el también había participado aunque en menor cantidad en la provisión de fondos. Bueno pues cada uno recupero la cantidad que había puesto y acordamos repartir el resto, pero el taxista nos comento que aparte de eso podíamos irnos a comer todos juntos, a el no le importaba ya había cobrado el viaje de antemano así que como encima había sacado unos dinerillos le daba igual quedarse que irse y con nosotros se lo estaba pasado pipa.
Bueno pues nos llevo a un puertecito, que ahora mismo no recuerdo donde estaba situado, y nos dijo que íbamos a comer una comida típica.
Nos sacaron lulas, esperábamos algo exótico, y eran simples chipirones, eso si, estaban buenísimos, un bacalao desmigado hecho con patatas paja, unos langostinos gigantes, que allí los llaman “camaraos tigre” el cabrito del camarero me dijo que como estaban buenos era con un poco de picante, le dije que me lo trajera, me trajo una tacita de color ámbar con una bolitas del mismo color en el fondo, así que pele uno y le puse un poco de aquel mejunje, ni os lo imagináis, era como haber tomado un trago de gasolina ardiendo, mira por que en aquellos momentos se me caían las lagrimas y hasta el moco de infernal picor, pero cuando me dijo con todo el cachondeo del mundo “quema, eh quema” lo hubiera matado por cabron, por ultimo una cataplana.
De la “Cataplana” hay que hacer una descripción personalizada, imaginaros una bola de acero inoxidable, partida en dos mitades, que se cierra mediante una bisagra y un pasador. Bueno dentro que aquella bola, se mete un poco de marisco unas patatas y algo más que no tengo ni idea de que podía ser, una vez introducidos los ingredientes, lo ponen al fuego, cuando ya está hecho el guiso, aparece el camarero con la bola en un artefacto preparado al efecto y un martillo. Pone aquello encima de la mesa, y le arrea unos cuantos martillazos al pasador, que cuando se abre dejar escapar algo así como el vapor que puede salir de un volcán.
Ahora bien, después he comido este plato de otras muchas cosas, de pescado, de carne, de almejas, de verduras y bacalao, pero siempre recuerdo aquel primer encuentro. Aparte de la sorpresa de la presentación, el sabor y la textura del contenido, bueno una verdadera delicia y un placer para el paladar.
Posteriormente, algunos años después, me hice un viaje relámpago de Madrid a Faro, por el simple placer de comerme una buena y sabrosa cataplana de almejas. Por cierto aquel viaje fue como muy divertido, fui al mismo restaurante donde algún tiempo después de mi primer encuentro con la cataplana y en un viaje de vacaciones, comí la segunda mejor de mi vida, y me encontré con algunos cambios, los parsimoniosos camareros y cocineros del país, habían sido sustituidos por unos camareros alemanes y un cocinero ídem, la carta estaba en el mismo idioma y era indescifrable, menos mal que tenían una en ingles, así que acabamos pidiendo un plato 100% portugués en una carta escrita en el idioma de Sakesperare y a un cocinero alemán. Bueno yo andaba un poco mosqueado, pero debo de reconocer, que la cataplana de almejas hecha por el alemán, estaba a la altura de la gloria.
Y bueno pues me acabo de ir por las ramas, leche que estaba contando lo del Congreso y he acabado contando un viaje hecho treinta y tantos años después.
Bueno pues una vez acabada aquella primera comida por nuestra cuenta, tomamos de nuevo el taxi y volvimos a Fátima a nuestro hotel. Acabamos el día tomándonos unas copas, como ya era costumbre con nuestro amigo el taxista. Aquel tío se las sabia todas, fuimos a tomar cervezas y algunas copas a lugares donde jamás se nos hubiera ocurrido entrar, degustamos aparte de la bebida el verdadero vivir de los portugueses, oímos cantar fados, que no tienen nada que ver con lo que se oye en radios o en discos.
Nos reímos, conocimos gente y nos lo pasamos de maravilla,
Llego el momento de las despedidas, los demás se fueron y yo me queda un rato mas con el taxista, tomamos algo más me fui al hotel. En un cruce me encontré con una monja, coño por lo menos una especie de habito llevaba y se empeño en ayudarme, yo la dije que no lo necesitaba, que mi hotel estaba cerca y que no había ningún problema, pues no me hizo ni caso, se coloco detrás de mí y comenzó a empujar la silla, y bueno de vez en cuando se paraba se ponía a mi lado y como al descuido se rozaba con mis brazos, tenia buenos muslos y en un momento que se inclino sobre mi por encima de la silla unas tetas abundantes y bastante duritas, yo soy bastante decidido, pero aquella tía me tenía la picha hecha un lio, coño, ¿sería monja de verdad, o una puta disfrazada para aprovechar el tirón?
Bueno pues llegamos a la puerta del hotel y me despedí de ella, sin acabar de estar aclarado y solo con un pequeño toque de culo así como al desgaire.
Cuando entre y lo comente, coño la que se lió, querían salir los salvajes a buscarla, querían rezar un rosario con ella en la intimidad de una habitación.
Cuando salimos al día siguiente yo no hacía más que buscarla por todos lados, había un hotel cercano al nuestro donde había una peregrinación de monjas, pero no había ni una sola que no pasara de los 50 tacos y la que me había acompañado a mi no debería tener más de los 24 o 25, así que con el cachondeo de los demás, me quede sin monja.
Al día siguiente, como el digamos director del grupo estaba exponiendo su ponencia, y yo era el segundo de a bordo, me llaman a toda prisa y me hicieron levantarme casi al amanecer.
Bueno pues como no tenían asideros en los cuartos de baño, venia con nosotros un tío que tenía el cuerpo rígido, le ponías de pie, le ajustabas las muletas en los sobacos y coño, se quedaba de pie como un árbol, solo que el andaba y el árbol no.
Pues mira ese día se le antojo levantarse al amanecer para asearse, los motivos no los sabemos, se lo preguntamos después, pero jamás lo dijo, yo creo que se quedo mudo del susto, se puso sus muletas, se agarro al cabecero y ete aquí que sin mayores problemas se puso de pie, se dirigió al servicio y al irse a lavar, se conoce que se confió demasiado, debió dejar de lado una muleta, el caso es que se desequilibro, se agarro al lavabo, y coño, se fueron al suelo, primero el, la pileta encima y como 10 metros de tubería echando agua como desesperada detrás, el tío del golpazo de quedo medio atontao o es que quizá ya lo estaba, el caso es que en vez de dar una voz, intento ponerse de pie desde el suelo, en fin que se volvió a resbalar y se arreo un golpe en to el colodrillo que se quedo privao de poco conocimiento que tenía el pobre.
Así que lo encontraron cuando comenzó a chorrear agua en la habitación de abajo y claro esta subieron a ver qué pasaba, estaba tumbado boca arriba, con el lavabo encima de pecho, con la boca cerrada por que el chorro del agua le caía peligrosamente cerca de ella y sin menearse lo mas mínimo.
Me fueron a llamar para ver cómo debían levantarlo, al moverlo vieron que era como una tabla, pero les dio miedo seguir por si se rompía, el tío por mas que le preguntaban no decía ni pio, no se supo jamás si fue por vergüenza, por que se quedo medio privao o por que le daba miedo decir algo y que le sacudieran dos tortazos por lelo, pues le había advertido que no se levantara solo, que fuera a la hora que fuera si tenía alguna necesidad de de levantarse que llamara para que le ayudaran que jamás lo hiciera por su cuenta y riesgo.

Y aunque os parezca mentira, fue entonces cuando nos dedicamos a conocer Fátima.
El complejo es básicamente una enorme plaza, me dijeron que tenía un kilómetro de lado a lado. Al fondo hay una iglesia enorme, con dos escalinatas laterales que suben hasta la puerta de entrada.
Si preguntar nada, nos dirigimos a la iglesia, que estaba cerrada, había allí un sacerdote al que le dijimos que si podíamos entrar, llevábamos unas escarapelas como participantes en el Congreso y la verdad es que nos abrió bastantes puertas, el anciano cura nos pregunto que queríamos ver y le dijimos que la virgen de Fátima, pues bueno, la virgen no estaba allí, nos quedamos mirándole como bobos, si aquello era la plaza de la virgen, aquella enormidad de iglesia ¿y la virgen no estaba allí, pues no.
En el lado izquierda de la plaza según mira la iglesia hacia la mitad, había un pequeño árbol, casi invisible en aquella enormidad, y allí en una de sus ramas, una pequeña, pequeñísima imagen, que era la virgen de Fátima. Me gusto, me sentí muy cercano a aquella imagen, sin suntuosidad, sin nada más que ella misma y sobre todo que no estaba rodeada de riquezas, ni nada por el estilo. Podia llegar a entender que unas simples pastorcillas la adoraran. Creo que fue en aquellos momentos lo único católico que había visto y me había gustado.
Dentro de la plaza no hay nada, pero rodeándola por fuera, hay multitud de tiendecitas, en aquella época vendiendo más que nada, sabanas, toallas y en general ropa de casa.
Había tiendas dedicadas a venta de recuerdos de la virgen, pero no abundaban demasiado.
Años después, volví de nuevo a Fátima con unos amigos que deseaban conocerla, yo les había hablado sobre la sobriedad de la presentación de la imagen. Cuando llegamos era temprano, así que nos fuimos a ver la virgen, todo había cambiado, la plaza había sido remodelada y habían puesto en vez del sencillo suelo gris que tenía antes, unas losas de mármol que a mi me gustaban menos que el primitivo solado, desde la entrada se veía un sendero de color blanco que se dirigía hacia el lugar donde estaba la virgen.
Según nos íbamos dirigiendo hacia el árbol de la aparición, adelantamos a una chica joven, que de rodillas y por el centro del sendero se iba arrastrando, dando la mano a un joven que con una niña pequeña en brazos la acompañaba, eso sería lo más normal, lo que nos dejo de piedra, es que la joven iba dejando un reguero de sangre, y la cara del chico que la acompañaba, que lloraba desconsoladamente. Coño, ¿Cómo puede ese desmedido sufrimiento agradar ni a la virgen, ni a dios ni a nadie, si nosotros que somos humanos, se nos ponía el estomago en la boca, se supone que dios que es mas cariñoso y humano que nosotros, aquel cuadro debería haberle revuelto los intestinos, en caso de que los tuviera o de que existiera.
Adelantamos a la pareja y ya sin demasiadas ganas nos acercamos a la virgen, leche, ¡la virgen! , El árbol ya solo, sin la virgen encima, estaba metido dentro de una estructura de cristal y mármol a prueba de balas, la virgen ya desmontada de la rama estaba por allí colocada y eso si, alrededor de la estructura cada dos o tres metros había unas ranuras para que los peregrinos metieran sus donativos. Penoso, me pareció penoso, lo único que se conservaba más o menos como se había producido, la mano de la iglesia lo había transformado como en todo lo que toca, en una recaudación de fondos.
Con tristeza y con el corazón encogido por lo que había visto nos fuimos de allí, ni tan siquiera nos quedaron ganas de comer en aquel lugar de dolor.

Comentar que con pocas más novedades transcurrió nuestra estancia allí, como montábamos unas buenas juergas a la hora de comer, en una boda que se celebraba en el mismo comedor nuestro, pero separada de nosotros por unos biombos, decidieron quitarlos y agregarnos a su celebración, cantamos, comimos, oímos y cantamos fados y comimos una tarta con perlitas de verdad, bueno de verdad me imagino que serian tipo Majoricas, pero el caso es que creyendo que eran comestibles, uno de los nuestros se casco un diente.
Otro día nos encontramos en el mismo lugar con una expedición de chinos, entre ellos dos habían estado recorriendo España a golpe de tienda campaña, se empeñaron en cantarnos canciones típicas de las provincias que había recorrido, que cabrones se sabían un montón, todos los que estaba en el comedor y que éramos de bastantes países diferentes y animados por los chinos y por el dueño del hotel que veía como le subía el gasto de copas con aquellas cosas, cantamos canciones típicas de nuestros respectivos países, nosotros solo nos sabíamos una canción de borrachos, o sea el Asturias patria querida, pero nos salió muy bien.
Al día siguiente nos veníamos para España, el dueño del hotel nos preparo unos paquetes con café, que era lo único que merecía la pena traerse, las toallas y los tejidos los dejamos de lado y nos dijo como debíamos colocarlos para que pasaran la aduana efectivamente, pasamos tres o cuatro kilos de café sin ningún problema, claro está que el aduanero tampoco se esmero demasiado en mirar.
Y volvimos cada uno a su casa sin ninguna cosa nueva que mencionar.

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