domingo, 9 de septiembre de 2007

Viaje a Lourdes

A la vuelta de nuestro viaje a Fátima y en vista de que donde más falta hacia la labor de integración de los minusválidos, no era en el centro de Madrid que es donde estaba situado la Asociación, si no en los barrios obreros, se monto una sucursal en Vallecas, en la Parroquia del Buen Pastor.

En aquellos años el panorama de la situación de los minusválidos era aterrador. Muchos de los aquejados por algún tipo de minusvalía, eran recluidos por las familias en su casa, generalmente por vergüenza, por comodidad o porque estaba mal visto por la sociedad tener alguna persona que tuviera alguna disminución, tanto física, como psíquica o lo más común que él que tuviera la minusvalía que tuviera aunque fuera física era generalmente considerado y tratado como tonto de baba. Puedo decir que por aquellos años, estando leyendo el periódico en el bar con unos amigos, cuando una buena mujer, lo que hoy sería una “maruja” al verme le dijo a una amiga, anda mira si hasta sabe leer, por supuesto mi respuesta fue, que aparte de leer también sabia jo**, leches pues la señora se tomo muy a mal, amenazo con achucharme a su marido y la dije que sin problemas, que también sabia morder y que como iba en silla de ruedas y era bajito lo hacía en la entrepierna o sea que me lo trajera que le iba a morder los co**. Asi que los casos en los que se los recluía en sus domicilios a estas personas sin dejarlas, no ya salir a la calle, si no que ni tan siquiera los vecinos las conocieran era altísimo. Tampoco la sociedad ayudaba en nada, en muchos lugares públicos, y aparándose en el Derecho de Admisión y aunque estaba expresamente prohibido, si ibas en silla de ruedas o veían una cara con el síndrome de Down, no te dejaban entrar, si querías hacerlo, debías o bien amenazar con llamar a un guardia o en los casos más extremos llamarlo de verdad o si ibas con una buena panda amigos como a mí me ocurrió, irte a por el portero que en vista de que podía llamar a la poli y nos iríamos pero al día siguiente cuándo no estuvieran iba a cobrar, pues nada que no había problemas para acceder al cine.

Otros voluntarios y yo, nos encargábamos de que a través de nuestra parroquia, de conocidos y también de otras parroquias, nos pasaran aviso, si conocían casos de este tipo. Una vez estudiado el aviso, nos presentábamos en su casa y algunas veces casi a la fuerza, lo sacábamos, lo llevábamos al Barracón, un lugar de encuentro, donde había música, un cine fórum, tertulias, y los fines de semana las clásicas reuniones, a base de tocadiscos, sangría y mucha decencia, faltaría más, al fin y al cabo allí to el mundo era católico, en fin que ellos y nosotros nos lo pasábamos bien, ellos conociendo gente afín y nosotros contentos viendo que eran felices.

A ellos les ayudaba mucho conocer a otras personas con sus mismos problemas, les servía para hacer amigos y en muchas ocasiones para salir solos sin la supervisión de las familias, en fin que intentábamos y en muchas, muchas ocasiones lo lográbamos, si no integrar en la sociedad a estas personas, que era muy difícil dadas las circunstancias, y ya que generalmente era gente joven, si lográbamos ponerlos en contacto unos con otros y que ellos mismos o con un poco de ayuda, se organizaran sus salidas.

También luchábamos con las mismas familias, que una vez que su hijo o hija tenían amigos y salían solos, nos acusaban de que ya no podían controlarlos y que haber que hacían ellos solos por la vida, como si en vez de tener la polio, en aquella época había muchas secuelas de ella, entre ellos yo, tuvieran un síndrome de Down severo. E incluso yo he conocido muchos de los llamados sub-normales, que una vez salían de su asfixiante entorno familiar y sin tratamiento psicológico ni medico alguno, prácticamente se comportaban como uno más, con muy poquita vigilancia, cosa que con un poco de querer hacer por parte de los padres hubieran visto como sus hijos cambiaban milagrosamente.

Yo colaboraba en todos estos temas, pero no iba a misa, todos sabían que era ateo, todavía no declarado, era demasiado joven para ello, pero de la misa, solo frecuentaba el vino, había un señor que les traía a los curas uno, que estaba de muerte, así que de vez en cuando pues me servía un chupito.

Bueno pues desde el párroco, hasta los diversos sacerdotes que componían aquella parroquia, todos intentaban que asistiera a las celebraciones litúrgicas, cosa a la que siempre me negué, una cosa era ayudar a los demás y otra cosa meterme en creencias que sinceramente no comulgaba con ellas.

De todos modos debo decir, que conocí en aquella parroquia los sacerdotes más extraordinarios que jamás he visto, tanto en su faceta humana, como en su faceta de sacerdotes, si desde luego en aquellos momentos no me convertí con su ejemplo, jamás lo hare. De todos modos de la parroquia como tal, y de la parte humana de sus componentes, tanto sacerdotes como feligreses, escribiré otra ocasión.

Ellos sin decirme nada, me apuntaron a un viaje a Lourdes, que estaba preparado por varias asociaciones, católicas, pero que muy, muy católicas todas ellas.

Esas expediciones a Lourdes, eran conocidos como “El tren de la Esperanza” y los y las ayudantes, solían ser los componentes de las mejores y más destacadas familias del momento, durante una semana, dejaban los visones, las mansiones, las juergas y su vida de sociedad y se dedicaban a ayudar a enfermos.

Buscando de año en año y en 7 días una parcela para el cielo, con la poca o mucha ayuda que daban al prójimo necesitado aunque el resto del año eran incapaces de dar una miserable limosna al más necesitado de los indigentes. Pero claro allí los veía todo el mundo y creían que eran la mar de piadosos o piadosas.

Es el mismo ambiente que hoy en día el llamado Rastrillo, que la marquesa de tal o cual en el Rastrillo te sirva un gazpacho cobrado a precio de oro y en Lourdes le dé un plato de sopa a un pobre tipo que no puede mover las manos

Como en la expedición que yo fui estaba dedicada a la juventud, pues en vez de venir los padres vinieron los hijos

Así que de sopetón, me comentaron que me habían apuntado a una de estas expediciones, en principio me dijeron que el viaje era para que fuera a ayudar a los peregrinos, todos jóvenes, a moverse y a desenvolverse solos.

Alguien bajo cuerda me comento, que la verdad era que aquel viaje era para ver si la virgen hacia un milagro y me convertía.

Después de haber comentado el tema con Sebas y el Chino, me encontré metido de lleno en la preparación del viaje a Lourdes, aunque yo poco tenía que preparar.

El viaje costaba 500 pesetas de 1964, en aquella época un pastón, Entonces yo me negué a gastarme ni un solo duro en una cosa que no me hacía ninguna ilusión y tan siquiera me apetecía. Soy ateo desde muy tierna edad aunque en aquella época todavía no declarado y sinceramente irme a rezar y encima pagando pues no me hacía ninguna gracia.

Entre Sebas, el Chino y el cura Waldo, -estos tres eran sacerdotes de la parroquia del Buen Pastor - decidieron que la parroquia me pagara el viaje, aunque la verdad no creo que fueran ellos, la parroquia no tenía un solo duro, sinceramente tenían la ilusión o el convencimiento, no sé, de que el viaje a ver a la virgen me convirtiera y comenzara a creer en dios- curioso pero cierto.

Todavía no conocía Francia, al año anterior había estado en Portugal en un congreso de minusválidos como ponente y sinceramente me lo había pasado muy, muy bien, me refiero a que me divertí bastante. Así que pensé que aquí sería lo mismo y acepte.

Nadie me había dicho nada y llegue a la estación con mi sillita de ruedas y lo fastidioso es que mi madre se empeño en acompañarme, pero no aceptaron que me llevara mi la silla, así que mi madre se la llevo a casa, si hubiera ido solo como siempre, la silla hubiera venido conmigo.

Así que me pusieron en un artilugio especial para circular por el tren y me subieron a un vagón, donde creo que estaban los más golfos de la peregrinación.

Bueno como os imaginareis y siendo como era una peregrinación católica, estaba total y absolutamente prohibido todo tipo de bebidas alcohólicas, bueno, pues en nuestro departamento aparecieron como por arte de magia, una botella de brandy, en aquel tiempo coñac y otra de anís, creo recordar que era Chichón y alguna cosa más que ya no recuerdo.

Por fin después de muchos ponte bien, colócate, arrejúntate y no te pongas en ese lado, arrancamos y poco después nos trajeron la cena, era muy pronto, entre las 6,30, 7 de la tarde, pero nos dijeron que cenáramos, que durante el trayecto y para adecuarnos al cambio horario de las comidas, -coña en Francia comían a las 12,30- nos darían de desayunar muy pronto. Así que nos pusimos a cenar, todavía recuerdo con horror la cena, se me quedo grabada en el cerebro, una bandeja de plástico, con un cuarto de pollo asado, dos patatas “cocidas” una hoja de lechuga dos rodajas de tomate, y una fruta que esa sí que no recuerdo que era. Vamos que si llegamos a comernos todo aquello, además de minusválidos hubiéramos quedado hechos polvo del estomago, así que con mucho cuidado y a pesar de que en aquella época había un slogan que decía “Mantenga limpia España” lo tiramos todo por la ventanilla.

Por aquellos entonces habían dado las 10 de la noche y teniendo en cuenta cómo funcionaba la sociedad española en aquella época con los disminuidos físicos, y con los que no lo eran, pues nos semi-apagaron las luces y de repente aparecieron por allí, camilleros, cuidadores, curas, monjas, enfermeras –por cierto la jefa de enfermeras, una tía alta, escuálida, con una sempiterna cara de mala leche, vestida de negro, con una especie de delantal blanco y guantes de cuero negro, que tenia tal pinta que estoy seguro que los guionistas de Heidi, se basaron en ella para crear a la señorita Rotenmeller- y hasta el revisor a decirnos que debíamos ser buenos chicos, estar calladitos y dormirnos.

Bueno pues una vez acabado el desfile de las fuerzas vivas de la expedición, comenzamos a sacar las botellas y a morro, ya que no contábamos con vasos, fuimos dándoles toques más o menos largos a las bebidas.

Así que poco a poco, entre los chistes, bromas, risas y demás consecuencias de los licores, íbamos pasando la noche.

Al oír la juerguecilla que estábamos montando, se fueron agregando los mas marchosos de los acompañantes, y algún que otro “pocho” que todavía era capaz de pensar por sí mismo y pasar de normas. O sea que al rato aquel departamento parecía el Cuarto de los Hermanos Marx. Cuando aparecía alguien revestido de autoridad, siempre había alguna persona que nos avisaba y bajábamos la juerga hasta un silencio total si era necesario y así pasaban de largo.

Entre, trago y trago, risas, chistes y cachondeo varios, paso el resto de la noche.

Al amanecer, una rueda del vagón que desde Madrid venía haciendo un terrible ruido, y que como ya estábamos artos de oírlo, comenzamos a protestar del traqueteo, vino el revisor y en vista del follón y del ruido que estábamos haciendo, llamo al maquinista, montamos tal pollo, que no recuerdo en que estación, pararon el tren para revisar la rueda, la verdad es que el ruido era fuerte, pero vamos que lo que queríamos era montar un poco de bulla, por estábamos aburridos hasta la medula, vinieron hasta los empleados que la habían revisado para tranquilizarnos y decirnos que todo estaba bien, que solo era que la rueda estaba un poco cuadriculada de algún frenazo.

Y así, entre risas, y cachondeos varios llegamos a la frontera francesa, allí se monto un lió de tres pares de narices, no había más remedio que cambiar de tren, apearnos del español y meternos en uno francés. La que se lió fue chica, un enfermo y dos acompañantes se quedaron en España, y una enfermera de apoyo que debería haberse quedado, paso a Francia, más que nada porque los franceses tan simpáticos ellos, ni avisaron que el tren se marchaba.

El tren francés hacia menos ruido que el español y andaba más deprisa, pero los pasillos eran más estrechos que en el nuestro, había una chica colaboradora, perteneciente a una conocidísima familia bodeguera, con unos pechos impresionantes y que si se ponía con la espalda en la pared del pasillo, todo el mundo que pasaba la pegaba en las mismas unos refregones de muerte, claro está que si la que pasaba era mujer, bueno, pasaba relativamente bien, pero como fuera un tío, el cruce era interminable, así que la muchacha acabo poniéndose al revés, es decir con los pechos pegados a la pared y metiendo el culo hacia adentro, que también lo tenía abundante, ponía las manos en la pared, se apretaba contra ella metía el culito todo lo que podía así que la pobre parecía un osito rascando un árbol. Cuando venia alguien por el pasillo, todo el departamento decía a voz en grito, Mapili haz el oso y la muchacha lo hacía y se preparaba para el consabido refregón, la ofrecimos meterse en nuestro departamento, pero en el no cabía un alma mas.

Por fin llegamos a Lourdes, coño, ni os imagináis, allí nadie podía ir por su cuenta, las sillas que te daban no las podías mover tu, te tenía que mover alguien, leche, aquello era un insulto, si tenias ganas de mear, tenias que esperar a que alguien pasara cerca de ti y pedirle ayuda, si estabas en el patio o donde te hubieran colocado o bien si estabas con tus acompañantes pedirle a ellos que te llevaran al servicio, lo mas jodido es que aquellas sillas no cabían en los WC, por lo que tenias que hacer pis en una botella, o pedir que te colocaran en el inodoro a hacer tus necesidades, joder de lo mas denigrante.

Así que un monte un pollo del suficiente calibre pidiendo una silla manual que yo pudiera manejar, me la buscaran en todos los almacenes habidos y por haber, al final viendo que no que había ninguna, me tuve que conformar con la que no había forma de mover. Menos mal que yo ya había hecho una buena amistad con Mapili y como a todo Cristo lo colocaban en la explanada frente a la virgen y allí los tenían horas y horas viendo misas y oyendo rezos y plegarias, ella y yo mientras tanto nos íbamos a conocer Lourdes, eso sí, engañando a los cancerberos franceses que tenían apuntado quien podía salir y quien no, ya que a cada uno de los expedicionarios nos colocaban una escarapela diciendo donde estábamos alojados, como es natural, yo me la quitaba para salir y me la ponía para entrar, ella no tenía problemas pues iba vestida de enfermera. Salíamos y entrábamos cada vez por una puerta diferente, pero a última hora, ya nos conocían todos los porteros a los dos y siempre salíamos pero a grito limpio.

Hay una cosa muy bonita, es una procesión que se hace por la noche donde cada peregrino lleva una vela o un hachón encendido y recorre el calvario, en un montecillo, hay un camino que sube hacia arriba y simula el camino de Jesús hacia el lugar donde le crucificaron, es bonito el efecto de ver por toda la montaña, miles y miles de velas encendidas y hachones, como van subiendo y bajando por el camino, todo esto acompañado por la salve de Lourdes que van cantando según recorren el camino, es verdaderamente bonito y emotivo aunque no creas en nada.

Nada más llegar nos dieron a cada uno una vela, pues parece ser que íbamos a participar en la procesión, bueno, pues nos dan de cenar y nos dicen que los franceses han dicho que no podemos ir por que había muchos peregrinos y con las sillas se montaría mucho jaleo por los senderos del Calvario, cachis en la mar, ya empezábamos mal, todos los que habíamos viajado en el vagón mío estábamos juntos, así que comenzamos una sublevación y plantándonos ante los franceses, y puesto que nos dijeron por todo el morro que nosotros los que no podíamos andar y ocupábamos mucho sitio con las sillas, y que como había mucha gente aquella noche y que para evitar aglomeraciones no salíamos.

Bueno debo reconocer que en aquella época estábamos un poco salvajes, así que después de oír la declaración del gabacho, encendimos todas las velas que nos habían dado y dijimos que, o salíamos a la procesión o les prendíamos fuego el chiringuito. Joder la que se lió, querían llamar hasta a los gendarmes, así que en vista de que nos pusimos cabezones, vinieron a negociar con nosotros, les dijimos que si habían dicho que íbamos, lo que nos parecía una guarrada impropia de unos tíos que se consideraban católicos y de un lugar de peregrinación como aquel, es que nos dijeran que no salíamos por aquel motivo.

Bueno después de un rato largo de negociaciones, llegamos a un acuerdo, aquella noche no iríamos, pero si a la siguiente, aceptamos y así acabo la revolución.

Al día siguiente de llegar, la invasión, cientos, miles de militares franceses llegaron en peregrinación, no sé si seria todos católicos, pero mucho me temo que no, se veían árabes e incluso algún que otro tipo con cara de chino, me imagino que Vietnamitas, de de la todavía muy cercana guerra de Indochina, de la catástrofe de Dien Bien Pu, y de las tampoco victoriosas escaramuzas Argelinas. Los había, ciegos, amputados, de brazos, piernas, incluso vimos uno de ellos que solo tenía un brazo útil, había algunos terriblemente quemados, en fin que los había con toda clase de amputaciones imaginables e incluso algunos en camilla. Iban acompañados por los servicios médicos del ejército y para mayor INRI, seguían bajo las normas militares, no se les permitían movimientos –todavía menos que a nosotros-, comían a toque de corneta, en fin que estaban de peregrinación pero militar. Había algunos que se podían mover, estos tenían mejor suerte, como no cabían todos en el hotel que está dentro del recinto, donde está la cueva de la virgen, los distribuyeron en otros hoteles de la ciudad, donde gozaban de una libertad, no absoluta, pero sí un poco mayor que los otros.

Una tarde que estaba programadas unas charlas, rezos y demás lindeces por el estilo, Mapili y yo nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Quisimos visitar la casa de Santa Bernardetta, pero cosa curiosa, no estaba preparada para que se pueda visitar por personas en silla de ruedas, primera desilusión, no para mi, si no para Mapili que deseaba verla conmigo, así que yo me quede en la calle y ella entro a verla. La segunda fue que el teleférico que te lleva al mirador, tampoco era accesible en silla de ruedas, coño pues vaya mierda, que en un lugar donde todo, todo debería estar preparado para eso, para que todos los peregrinos pudieran disfrutar de todo, había discriminaciones por cuestión de barreras arquitectónicas.

Fuimos a ver si había tiendas donde comprar algo para mi madre y para una tía suya que se lo había encargado, leche, aquello parecía el rastro, tiendas, tenderetes, chiringuitos, rosarios bendecidos por el papa, pasados por la virgen, bañados en las piscinas, botellas, garrafas, llenas unas de agua de la gruta, vacías otras para que las llenes tu, rosarios con agua, sin agua, luminosos, de piedras preciosas, bendecidos, figuritas de la virgen que brillan por la noche, que no brillan, con agua, sin agua, grandes, pequeñas, medianas, de plástico, de cristal, de madera, de piedra, en fin toda una parafernalia de venta de objetos basados en la religión que si no lo hubiera visto jamás me hubiera imaginado, compramos unas tonterías y nos fuimos para el Asile, que era el hotel donde estábamos alojados y que como habréis imaginado por lo relatado era el que estaba dentro del recinto. Yo debía estar a la 6.30, para para los rezos y cenar, los acompañantes después de ayudar a los que lo necesitaban, sobre las 8 de la tarde quedaban libres para irse a cenar, bien en el mismo hotel o donde quisieran, aquella noche, Mapili comento que no íbamos al hotel, que como yo quería ir a ver algo que ya no me acuerdo que era pero que estaba lejos, pues que no nos daba tiempo a llegar al hotel a tiempo. Había un transporte para nosotros, una especie de taxi en el que si cabían las sillas y que se solía usar para el transporte de enfermos de un hotel a otro o para ir al médico, si tenias que ir a hospital por algo más grave, si estabas mal de verdad, te llevaban en ambulancia. A sí que aun sabiendo que cuando llegáramos recibiríamos una bronca de órdago, tanto ella como yo, cogimos uno de ellos, le dijimos que nos llevara a ver lo que queríamos y después al restaurante donde ella cenaba con los otros colaboradores y donde si podía entrar la silla

Ella podía ir al hotel a la hora que la diera la gana, no tenía problemas, pero yo debía estar antes de las doce, si no cerraban las puertas del recinto y ya podías decir que venias de parte del presidente de la república, que te quedabas fuera como estaba mandado, podía haberlo solucionarlo yéndome a dormir a otro hotel, pero mi economía no estaba tan boyante como para semejante, dispendio y además si por la noche ven que no estoy, seguro que llaman a los gendarmes.

Fue divertido, cenamos y luego nos fuimos a tomar unas copas y a dar una vuelta por el barrio chino, pensareis que había poco tiempo para todo, pero coño es que allí el personal cena a las 7,30 así que hasta las 12 que me tocaba retirarme a mis aposentos había tiempo más que suficiente

Joder, llegamos al barrio chino y en toda mi vida había visto tantas putas juntas, nacionales, españolas, chinas, negras, había de todo, ni tanto militar junto, todos los que habían venido y estaba en disposición de moverse estaban allí, coño con Lourdes, que secretos tenia guardados.

Bueno pues después de aquello y con cierta pena, nos fuimos para el hotel, donde recibimos doble bronca, con doble apercibimiento, la primera por los porteros, que apuntaron mi nombre y el de ella, la segunda por los gerifaltes de la peregrinación, que nos advirtieron que si aquello se volvía a repetir, Mapili se dedicaría a otro peregrino y eso que tal hecho según las normas no se podía hacer.

Bueno, al día siguiente, era la visita a la basílica de Lourdes, yo soy poco propicio a asombrarme de las obras de la iglesia, pero tuve que reconocer que aquello se salía de lo normal, imaginaros el esqueleto de de una ballena, donde en la cabeza estuviera el altar, en los lados las gradas para los asistentes, y las costillas apoyadas solamente en unas pequeñas piedras que sujetan el techo y los laterales, no sé ni cuánto mide ni cuanta gente cabía, pero aquello era inmenso y sobre todo, bonito, muy bonito, yo diría que impresionante más que bonito.

A la vuelta y como de costumbre, nos aparcaron en la explanada frente a la gruta, donde comenzó mi lucha contra los “brancadiers”, que son colaboradores de todas partes del mundo, para acarrear, traer, llevar y en teoría cuidar a los enfermos, los que me tocaron a mi eran todos mineros belgas, que aparte de no saber ni palabra de español, eran bastante cabezones y mas brutos que la madre que los parió, todo su afán era llevarme a que me bañara en las piscinas de agua santa.

Después de la trastada, para ellos, que habíamos hecho la noche anterior, a Mapili la tenían como muy alejada de mi, el alejamiento no era oficial, no podían hacerlo, según los reglamentos, la enfermera o el enfermero asignado a un peregrino, no se podía cambiar, más que nada, porque si el enfermo asignado, tenía alguna enfermedad no muy agradable, el carácter no demasiado alegre o colaborador, o era un poco cabrón, el ayudante asignado a él, sufría un poquillo y se ganaba más puestos para la hora de subir al cielo tener allí su parcelilla mas grande, lo que no contaban era que un enfermo y una colaboradora, se llevaran tan bien como nosotros, -parece ser que nunca había sucedido que estuvieran medio enamoriscaos- así que cuando antes nadie necesitaba a Mapili, -la verdad es que aparte de ser una tía encantadora, era un poco patosa a la hora de echar una mano a la gente que no se podía mover, de hecho se partió el dedo de un pie poco antes de venirnos, intentando mover mi silla para hacer sitio a otra expedición belga que acababa de llegar y cuando la silla que puso a mi lado, la chica que iba en ella se cayó hacia un lado, en su afán por cogerla tropezó y se casco el dedo gordo-, a partir de aquel momento se hizo indispensable para todas y todos los jefes de expedición, así que me quede más solo que la una, y me toco lidiar con todos aquellos vándalos que lo único que querían hacer era dejarme en pelotas y meterme en las piscinas, joder que yo no quería bañarme ni creía en aquellos baños, coño que allí metían a todo Cristo, pochos, sanos, con llagas, con pupas, quemados, y vete tú a saber con qué otras cosas que no se veían, yo no hacía más que pensar, en que yo no creía en todo esto, y que si me dejaba bañar, lo mínimo agarraría seria el tifus, así que entre gritos, ademanes, y algo de ingenio conseguí ser de los poquitos que no se bañaron.

El día siguiente 5 de Junio de 1964, nos levantamos con la noticia de que había comenzado una guerra, después conocida como la de Los 6 Días.

Había una posibilidad casi absoluta de que se cerraran las fronteras, los franceses tenían muy fresco todavía su rifirrafe en Argelia, y no estaban dispuestos a casi nada. Así que dijeron que había dos cosas que podíamos hacer, bien quedarnos allí por nuestra cuenta, el viaje de vuelta en tren no nos costaría nada pero si la estancia, o volvernos todos juntos. Yo que no tenía ni un puñetero duro opte por venirme, Mapili me dijo que si a su familia le daba tiempo a enviarla el dinero necesario nos quedábamos, que ella pagaba, que la sobraba la pasta, pero las cosas se pusieron feas y había que tomar la decisión en aquel mismo día, así que optamos por venirnos, no fuera a ser que nos quedáramos y no pudiéramos conseguir las pelas para subsistir allí.

Pensábamos que nos volveríamos ya, pero dijeron que todavía podíamos pasar un día más allí, y bueno aceptamos el retraso con cierta alegría, Mapili llamo a su familia, pero el dinero tardaría en llegarnos como mínimo dos días, eso en caso de que no hubiera ningún problema, si se cerraban las fronteras no se sabía cuánto podía tardar, así que decidirnos volver con todos.

Como Mapili, se había cascado un dedo, optamos por no salir del recinto, y nos dedicamos a ver aquel macro hotel. En aquellas fechas tenía 2.600 habitaciones, y fuimos a recorrer todo lo que merecía la pena ver.

Lo que más me impresiono fueron las cocinas, enormes, mastodónticas, y la lavandería, con unas lavadoras que podían lavar, por el tamaño cuatro o cinco personas juntas. Y sin más iba pasando el día.

De pronto apareció Mapili con una amiga francesa, la conocía de anteriores peregrinaciones, me dijeron que si quería ver una cosa curiosa, como es natural dije que sí, con el aburrimiento que tenía me habría apuntado a un bombardeo. Y nos llevo al registro de los milagros reconocidos y los que están todavía por reconocer, fue algo interesante, por supuesto no nos dejaron ver más que muy someramente todo lo que había, pero debo reconocer que antes de declarar que una curación es milagro, la Iglesia investiga todo lo que se puede investigar y hasta lo que no. De camino hacia el registro vimos lo mas denigrante que se puede ver; hay allí unas maquinas expendedoras de velas, tú la compras, te vas a la gruta, donde hay cientos y cientos de velas ardiendo, como no hay sitio para mas, tu pones la tuya en el suelo, confiando en que cuando se acaben las que están puestas, alguien pondrá la tuya en el candelero. Pues bien, como pasamos por un lado de la gruta poco o casi nada frecuentado por nadie, vimos como unos curas cogían brazadas de velas y las volvían colocar en las maquinas para ser vendidas otra vez. Hasta Mapili que era católica acérrima, aquello la pareció algo asqueroso y la amiga dijo que lo iba a denunciar.

Por la tarde había unas ceremonias dedicadas a la juventud y a los peregrinos. Fuimos hacia el lugar donde se iban a celebrar y nos encontramos, con que a pesar de que aquello era para los peregrinos y para la juventud, coño, eran los mismos curas, con más años que Matusalén los que iban a efectuar la ceremonia. Estábamos guerreros y dijimos que si aquello era por y para los jóvenes, porque nos dejaban de lado y eran ellos lo que lo hacían, y no éramos nosotros los que hacíamos aquello, bueno pues otra pelea, joder los franceses son la repera, no había forma de que entendieran lo que les decíamos, mejor dicho si entendían, pero estaban tan acostumbrados a que todo el mundo hiciera lo que ellos decían, y que nadie más que los de siempre tuvieran algo que decir, que no querían entender, así que con la colaboración de uno de los curas jóvenes que venía con nosotros, nos subieron a algunos al tablado desde donde se iba hablar y ya no nos bajamos, cogimos los papeles del guión y pese a los chillidos, amenazas y malas caras de los gabachos y de algunos curas vejetes de la expedición, al final el acto lo hicimos nosotros y algunos otros peregrinos ingleses, austriacos e incluso un par de la expedición militar que se unió a nosotros y a nuestra movida.

El resultado de todo esto fue, que durante dos años, estuvieron prohibidas las peregrinaciones españolas.

Así que sin nada más notable que relatar, aquí se acabo nuestro último día en Francia.

A la vuelta tuve un par de aventuras también dignas de referir, las enfermeras que venían con nosotros, Mapili no lo era, aunque iba vestida de ello, pertenecían a Salus Infirmorun, una escuela de enfermeras católica, muy cercana a las Hijas de María. La Directora de la escuela, como ya he dicho antes, era una mezcla entre Cruela de Vil y la Señorita Rotenmeller, una tía alta, escuálida, con moño y una cofia, vestida de negro, con una especia de delantal blanco y con unos guantes negros de piel, que no se quitaba ni para dormir. Entonces comente que me parecía a pesar de ser la jefa de enfermeras y ser tan católica, llevaba esos guantes por que en el fondo la daba asco tocar a los enfermos, coño es que es lo que parecía, así que no veas la que se monto, fíjate la que se liaría, que los jefes de expedición la obligaron a quitárselos y hasta, por supuesto no ella, pero si la segundona de la escuela vino a darme explicaciones, que ciertamente no recuerdo cuales fueron, pero me parecieron un chorrada.

El segundo lió vino cuando Monseñor Casimiro Morcillo, en aquella época obispo auxiliar en la Diócesis Madrid Alcalá, vino departamento por departamento, regalando imágenes fluorescentes de la Virgen de Lourdes y administrando a unos y a otros sus sabias palabras y sus bendiciones. Todo fue muy bien hasta que llego a mi departamento, donde el buen hombre se descuelga, nada más y nada menos y encima diciéndomelo a mí, que debería estar contento con mi enfermedad, porque mi sufrimiento me hacia favorito de dios, coño, como que no me pude contener y sin pensar demasiado, le respondí y no con demasiada amabilidad, que era una pena que mi polio no la tuviera él, y que así le podía dedicar a dios todas las operaciones y todos los dolores que yo había pasado, y que a mí me diera sus piernas y su salud. El silencio que se hizo en el departamento se podía cortar con un cuchillo. Unos se aguantaban la risa de ver la cara que puso el Monseñor, otros me miraban como si hubiera cometido el mayor pecado del mundo, los había que me miraban con admiración por que también ellos hubieran tenido ganas de decirle lo mismo, pero no se habían atrevido, otros miraban al Monseñor, haber que hacía, si me sacudía un par de hostias, o me largaba una homilía, pues no hizo ni una cosa ni otra, miro hacia arriba como diciendo dios mío lo que tengo que aguantar, se dio media vuelta y sin decir ni pío se largo y por cierto a mi no me dio ninguna virgen.

Y aquí se acabo lo contable de mi primer viaje como peregrino al Santuario de Lourdes, hubo más cosas después, pero eso ya es otra historia.